Un día, un hombre muy pequeñito consiguió meterme sin querer (no lo hacía a propósito, era un buen hombre, pero todo en su mundo era muy pequeñito) en una caja de cerillas. La cerró con la mejor de las intenciones y se la metió en el bolsillo. Allí estuve unos cuantos meses. No sufría, pero nunca había sido tan desgraciada. Él, acariciándome distraídamente la mano y sonriendo con humildad, trataba de convencerme de que los dos éramos bastante aburridos y de que la vida era así. Yo quería gritarle que el único aburrido era él y tirarle algo a la cabeza, pero en vez de eso, como estoy tan exquisitamente educada, solo sonreía y no decía nada. La separación fue como una boda. Gracias a él descubrí que de amor no se puede morir pero de aburrimiento sí. Milena Busquets